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La pesca artesanal chilena sufrió fuertemente el terremoto y tsunami del 2010. Un año después han vuelto al mar para ganar su sustento, con nuevos botes, equipos y la esperanza renovada.
Santiago de Chile, 25 de febrero de 2011 – Lorenzo no lloró hasta la mañana siguiente. No tuvo tiempo: apenas terminó de sacudirse el suelo la madrugada del 27 de febrero, subió a su camioneta y bajó de los cerros hacia la localidad de Tirúa, a avisarle a la gente que el mar se iba a salir.
Manejando por el pueblo a oscuras, Lorenzo hizo más de veinte viajes, acarreando gente hacia una distancia segura. Durante el último, podía ver cómo las olas del tsunami lo perseguían por el espejo retrovisor.
A pocos kilómetros de distancia, en la caleta de Quidico, Heriberto había regresado a su casa después de jugar bingo en la Compañía de Bomberos. Le había faltado un sólo número para ganar un televisor LCD. En casa, encendió el suyo mientras esperaba que llegara su hijo de la disco cuando se apagó la luz y sintió un ruido como “si viniera un tren descarrillado”.
Carmen alcanzó a escapar de ese tren con lo puesto. Ella y sus hijas vivían al borde de la costanera, y tuvieron que correr a resguardarse en la altura. No se podía ver el mar -la niebla cubría la costa- sólo escuchar el ruido, como un panal de abejas, como una camionada de ripio que no se agotaba nunca. Al regresar a casa no lo podían creer: “No era una casa, era un acuario, los pescados saltaban adentro”, recuerda Carmen.
Lorenzo, Carmen y Heriberto son pescadores artesanales, presidentes de sus respectivos sindicatos. Todos vivieron la pesadilla de ver cómo las mismas olas donde se ganaban la vida desde su infancia, arrasaban sus embarcaciones, destrozaban sus redes y barrían con los hogares de amigos y vecinos.
Ha pasado un año desde entonces, y aunque las huellas de la experiencia aún se pueden ver en sus rostros cuando la recuerdan, ellos y miles de pescadores artesanales de las zonas afectadas han podido regresar a pescar, recuperar sus equipos, y salir fortalecidos de la experiencia, con nuevos implementos, redes, botes y equipos de buceo entregados por un proyecto conjunto del Gobierno de Chile, la FAO y el Sistema de Naciones Unidas.
Del miedo a la esperanza: Lorenzo Collío, presidente del Sindicato de Pescadores N° 2 de Tirúa, recuerda la desesperación inicial: “Sin ningún bote, estaban desparramados en las vegas, destruidos, desarmados. Pensábamos, ¿qué vamos a hacer, qué vamos a comer, con qué nos vamos a vestir, a educar nuestros niños?”.
Una situación similar se vivía en las 16 caletas que fueron beneficiadas por el proyecto de la FAO y el Gobierno chileno, que se ejecutó gracias a una donación de un millón de dólares del Fondo Central de Respuesta de Emergencia de las Naciones Unidas, parte del total de 10 millones de dólares que el Sistema de Naciones Unidas destinó a proyectos de salud, vivienda, hospitales de campaña, educación y agua, entre otros.
En un principio, a los pescadores les parecía imposible recuperar lo perdido, ya que según las evaluaciones tras la tragedia, cerca del 75 % de los botes y el equipamiento de la pesca artesanal fue destruido o dañado por el terremoto y tsunami. “Pero nosotros con nuestros compañeros, nos sentamos, lloramos y dijimos: amigos, hagamos que nuestra gente no se sienta abandonada. Mostremos que estamos mal, pero que podemos salir adelante. Nosotros seamos fuertes. Y así empezamos” dice Lorenzo, con respecto al ánimo que los impulsó a empezar a reparar los botes y a volver a echarse a la mar.
El proyecto trabajó con 7 mil pescadores, buzos, algueras y mariscadores de la Séptima y Octava Región y del Archipiélago de Juan Fernández.“Lo urgente era llegar con recursos para quienes más lo necesitaban. Recuperar la dignidad de los pescadores artesanales, permitirles volver a pescar y así apoyar la seguridad alimentaria de todos los habitantes de las regiones afectadas”, explica Alan Bojanic, Representante de la FAO en Chile..
En total, el proyecto repartió 44 botes equipados con bengalas, salvavidas, heliógrafo, botiquín y remos; 38 motores fuera de borda, 104 equipos de buceo, 25 compresores y cerca de mil redes de distintos tamaños.
Pero no se limitó sólo a recuperar lo perdido, sino también a mejorar las capacidades existentes, con la entrega de seis máquinas de hielo:“LA FAO nos donó un bote con equipo de buceo completo y un motor, más una máquina de hielo en escamas” explica Heriberto Arévalo, presidente del Sindicato de Pescadores N° 1 de Quidico. Una vez que las máquinas estén completamente instaladas, les permitirá a las caletas beneficiadas conservar el pescado en mejores condiciones y aumentar su poder de negociación frente a intermediarios.
Volver a ponerse de pie: Tubul, Llico, Tirúa, Quidico, Punta Lavapié, Isla Mocha, Laraquete, Coliumo, El Morro, El Soldado, Tumbes, Cocholgue, Isla Santa María, Dichato, Los Pellines y Juan Fernández. Los caminos que unen la mayor parte de las caletas beneficiadas por el proyecto tienen la marca del sur de Chile: olor a pino y a eucalipto, humo de leña quemada que satura el aire cargado de gotas de lluvia. Los recorren hombres, mujeres y niños con rasgos indígenas, recuerdo vivo del pasado orgulloso de la Araucanía que se repite en los nombres de las ciudades y caletas, y en los apellidos de la gente.
Carmen Pilquimán tiene una voz suave pero firme. Es presidenta del Sindicato de Pescadores N° 2 de Quidico, en un rubro en el que el machismo manda. Su casa ya no parece un acuario, ella y sus niñas continúan viviendo y trabajando al lado del mar. Aunque todavía se siente “un poco espirituada” cuando vienen las réplicas, tanto ella como sus colegas están más firmes. “Se ha recuperado harto la gente. Está empezando a surgir y a salir adelante. La gente estaba como desanimados, no trabajábamos, sobrevivíamos con las ayudas que nos mandaban, pero después que nos llegó la embarcación y pudimos salir adelante y trabajar de nuevo. Ahora ya tienen más animo de pega”, señala Carmen.
Algo similar ocurre en Tirúa, donde los pescadores artesanales están trabajando la corvina, el tollo, el lenguado, la sierra y la merluza: “Nosotros recibimos tres botes acá de la FAO. Todos están trabajando super bien, porque los necesitaba la gente, y fue un aporte bastante bueno, un motor muy bueno, bote muy bueno”, cuenta Lorenzo Collío.
Para complementar la ayuda entregada, la FAO está estudiando la posibilidad de capacitar a los participantes del proyecto en reparación de botes, motores y otros equipos, en un programa que involucraría a las mujeres y la economía familiar. “Los materiales entregados son un grano de arena en el mar de necesidades que aun tienen los pescadores artesanales de Chile – explicó Alan Bojanic -, pero hay que tener claro que para ellos un bote es mucho más que su fuente laboral: es su forma de vida.”
La situación ha mejorado mucho en un año, pero la vida del pescador nunca ha sido fácil. Según cuentan los de la zona, el mar no es el mismo después del terremoto; en muchos sectores se han echado a perder las algas y los mariscos, en otros la costa ha cambiado tanto que se debe hacer un esfuerzo enorme sólo para arrastrar los botes hasta el mar. Pero ellos no desesperan. Son gente de esfuerzo, hombres y mujeres orgullosos, acostumbrados a lidiar con los golpes del destino. Confían en que con esfuerzo y su trabajo podrán mantenerse a flote, y aunque en un primer momento muchos pensaron en dejar el mar, hoy su actitud es diferente, no sólo porque cuentan con nuevos equipos y ya han vuelto a lanzar sus redes, sino por algo más fundamental. Una convicción que tiene que ver con sus raíces, con una historia construida con sus propias manos en largas jornadas viendo la salida del sol desde la proa de un barco, y que Heriberto Arévalo resume en una sola frase, mientras camina por la costa de Quidico: “el que es pescador va a morir como pescador.”
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