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La Benemérita Universidad Autónoma de Puebla restauró el libro Instrucción de Enfermeros y Artífice de obras de Caridad para curar las enfermedades del cuerpo, un texto edit ado en 1651 que sirvió para preparar a enfermeros en España y sus colonias en América por más de dos siglos y que hoy es parte de la colección del Fondo Antiguo de la Biblioteca Histórica “José María Lafragua”.
Es un tratado de enfermería que fue escrito por Andrés Fernández, un fraile enfermero perteneciente a la Mínima Congregación de los Hermanos Enfermeros Pobres de España y que fue traído a la Nueva España por alguno de los frailes que llegaron mucho tiempo después de la conquista, señaló el director de la Biblioteca, Manuel de Santiago Hernández.
Este libro que fue reeditado en 1651 (la primera edición data de 1521) e impreso en España por Pablo de Val, preparaba a los religiosos de las congregaciones que tenían bajo su administración a los hospitales, para que pudieran desarrollar las funciones de atención a los enfermos, administrar medicamentos y proporcionar los cuidados del bien morir.
El antiguo ejemplar a resguardo de la BUAP “es importante porque nos permite conocer los fundamentos de la enfermería moderna que se ejercía en el siglo XVII en el país ibérico”, comentó De Santiago Hernández.
Un libro que preparaba profesionales. En España en el Siglo XVI surgieron órdenes y congregaciones que se encargaban de la atención de los enfermos pobres, función que llevaban a cabo los hombres de estas instituciones que tenían la fuerza para realizar algunas labores que se requerían en los servicios de salud. Para prepararlos, Andrés Fernández, quien sumó a los conocimientos recibidos una experiencia de 25 años, se dio a la tarea de escribir un tratado de enfermería que conjunta técnicas, tareas y conocimientos en general, necesarios para la formación de un enfermero y para que éste pudiera presentar su examen.
El Instruccional que se encuentra de la Biblioteca Histórica de la BUAP, además de su importancia por los conocimientos que aporta, tiene un valor agregado que le dan las anotaciones manuscritas hechas por quienes lo utilizaron a lo largo de los años.
En la última página se puede leer: “Crismón. México, me examine dicho día antes de San Juan el año de 1687”, lo que muestra que sirvió para que una persona se pudiera examinar de enfermero”, mostró entusiasta De Santiago Hernández.
Sin marcas de fuego que permitan saber si era propiedad de alguna institución, el libro estuvo en la Congregación de Bernardino de Obregón en España, hasta que fue traído a América donde pasó de mano, uno de sus poseedores fue Fray Diego Ruis.
“Este libro [sic] enf[erme]ría y le nos e[sic]go siendo enfermero mayor el her[man]o fray Diego Ruis [sic] que conste lo firme oi día 7 de Mayo de 1784. F. Fran[cis]co Rueda”.
Este libro también fue objeto de sanción por parte de la Iglesia, según revela la acotación hecha en la página 301, que señala: Se borro la letanía siguiente conforme a el expurgatorio de 1707. Fr. Joseph Terron.
“Esto significa que este manual estaba inscrito en el índice de libros prohibidos, porque a alguien consideró que contenía cosas contrarias a la fe o a las buenas costumbres; en las ediciones se vigilaban aspectos que tenían que ver con la religión, la sociedad y la Corona Española”, explicó el director de la Biblioteca Lafragua.
Sin embargo por sus conocimientos de alta calidad para la época, este texto fue parte de la preparación de los enfermeros durante los siglos XVII, XVIII y parte del XIX.
El enfermo a la enfermería. Aunque este libro del Siglo XVI fue elaborado con papel de algodón, que es más resistente, el manejo que tuvo a lo largo de los siglos y los factores medio ambientales, le provocaron daños físico-mecánicos y químicos, que lo llevaron al Centro de Conservación y Restauración del Material Gráfico de la Universidad para ser atendido.
Precisos y minuciosos, utilizando modernas técnicas, los restauradores de la BUAP le realizaron un diagnóstico patológico: lo sometieron a una serie de análisis para determinar el tipo de papel con el que fue elaborado, grados de acidez, problemas microbiológicos, estado de las hojas y la pasta, todo ello para determinar el tipo de intervención que requería.
“Nosotros no hacemos diagnósticos sintomáticos como algunos restauradores que con sólo ver el libro determinan qué hacer, porque eso a la larga es un daño mayor. Nosotros hacemos un diagnóstico patológico, porque estamos hablando de un enfermo y no podemos atenderlo adecuadamente si sólo lo vemos y no lo revisamos”, explicó el químico Samuel Lozada Rodríguez, jefe del Centro.
“De esta forma detectamos que tenía fotolisis, un daño provocado principalmente por la luz infrarroja y ultravioleta que ocasiona la rotura de la cadena molecular de la celulosa del papel y provoca la acidez del mismo, por lo que realizamos la desacidificación, soporte, consolidación, reintegración de los faltantes que tenía por roturas; se atendieron los cuadernillos y la reencuadernación en pergamino”.
La acidez del papel se neutralizó con productos químicos, probados científicamente, que cumplen con los requisitos de ser inocuos, para no alterar el soporte y las tintas del documento, además de que deben ser neutros y reversibles.
Para regresar la propiedad física que perdió con la luz que debilito el papel se hizo la consolidación de este, utilizando un derivado de la celulosa llamado pilosa, posteriormente se pasó al proceso de reintegración de los faltantes utilizando pilosa como adhesivo y papel japonés adecuado al color y espesor del original del siglo XVI, que no debe ser superior a las 4 o 5 milimicras.
La vieja encuadernación elaborada con pergamino ya no cumplía con las funciones de proteger al libro, por lo que se decidió hacer nuevas pastas y montar sobre ésta la antigua y “ahora se ve como si tuviera dos vistas cumpliendo el compromiso de protegerlo y mantener hasta donde fue posible la encuadernación original”, explico el Químico Lozada Rodríguez.
La reencuadernación fue todo un proceso artesanal, pues se utilizaron hilos de algodón y cáñamo para la costura que tiene tejidas las cabezadas, asimismo se reforzaron para una mejor conservación. En toda la restauración se utilizaron sistemas modernos y, donde fue necesario, se utilizaron métodos artesanales con el fin de proteger esta obra de más de 360 años.
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