“Gracias a Dios soy científico” -bromea. Ríe y al reír pone en duda la veracidad de tal afirmación. Él es Lorenzo Díaz Cruz, el científico de la BUAP quien al hablar de sus logros académicos más actuales, recuerda que desde niño manifestaba curiosidad por todo. Hoy es un destacado físico a nivel internacional, con planteamientos que podrían derrumbar lo que se conoce sobre el Universo.

Cuando era doctorante en la University of Michigan, jamás imaginó que años después llamaría por su seudónimo a quien fuera su profesor en esa institución, el famoso físico holandés Martinus Veltman. El fundador del grupo de altas energías del Instituto de Física de la BUAP explica que dentro de la comunidad científica, entre colegas se dirigen con nombres de niños. “Tini, ¿no me recuerdas?, fui tu alumno”, fueron las palabras que usó el investigador para saludar al ganador del Nobel en 1999.

La oportunidad de convivir y colaborar con la élite científica de la física actual no es fortuita. Tiene su origen en la dedicación que día a día, semana a semana, sin excepción, dispone para realizar su trabajo.

Su disciplina, traducida en largas jornadas de investigación, trajo consigo sus recompensas: en Ginebra, Suiza, un grupo de científicos destacados realiza experimentos en el Gran Colisionador de Hadrones, de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN), para comprender nuevas propiedades del Higgs, a partir de lo planteado teóricamente por Lorenzo Díaz Cruz, actualmente adscrito a la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas de la BUAP.

Que un trabajo hecho en la BUAP diera lugar a un experimento en el centro de investigación sobre física más importante del mundo, da constancia de su trascendencia y consagra a su autor como un físico teórico de primer nivel.

A inicios del nuevo milenio, el científico originario de la región La Montaña del estado de Guerrero propuso al mundo una nueva forma de decaimiento del bosón de Higgs, extendidamente conocido como la partícula de Dios por ser la responsable que otras partículas adquieran masa mediante la interacción. De ser validada en el CERN, su propuesta derrumbaría las bases sobre las que se edifica el Modelo Estándar de la física de partículas.

Es decir, abriría la brecha a nuevas observaciones para llegar a una comprensión de los cabos sueltos que rodean a los seres pensantes: la aniquilación de la antimateria en los primeros instantes del cosmos y la materia oscura, pues se sabe que con la materia luminosa conocida no es posible explicar el comportamiento completo de las galaxias, entre otros grandes misterios.

Dios hace llover para todos

Lorenzo nació con el chip de científico. “Recuerdo que de pequeño, cuando iba a la iglesia me decían Dios hace llover para todos”, relata. Por esa razón él suponía que si llovía en Tlapa, pequeña comunidad de Guerrero donde estudió la primaria, también llovía en Chilapa y en Chilpancingo, así como en el resto del mundo. Eso creyó hasta que un día, al visitar el campo, observó desde el camión en el que viajaba cómo la lluvia caminaba hacia él.

Esa observación le permitió darse cuenta que no todo lo que se dice es cierto. “Ahora sí que gracias a Dios –sonríe- siempre conté con ese tipo de inquietudes”.

El investigador vivió su infancia en diferentes comunidades de la región La Montaña, en el estado de Guerrero. Así como su estilo de vida, un tanto nómada, Lorenzo viajó por diferentes lugares para realizar sus estudios: la primaria en Tlapa, la secundaria en Chilpancingo, la preparatoria en Acapulco; más tarde su licenciatura y maestría en el Distrito Federal, en la Universidad Autónoma Metropolitana y el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional (IPN), respectivamente. Finalmente, viajó al país vecino del norte, en donde estudió su doctorado en la University of Michigan.

Desde joven demostró su talento. En 1985 obtuvo mención honorífica en el Premio Nacional de la Juventud, aptitud que ha perdurado a lo largo de su trayectoria profesional, ya que en 2009 ganó el Premio de Ciencia y Tecnología en el área de Ciencias Exactas y Naturales, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología del Estado de Puebla.

“En Tlapa, cuando eres niño y te portas bien, como premio te traían a Puebla”. Así, Cruz Díaz explica la razón por la que reside en la capital poblana, tras haber realizado estancias de investigación e impartir cátedras en diversos países. Su trabajo le ha permitido conocer alrededor de 30 naciones.

Fue profesor asociado en la Universidad Autónoma de Barcelona en 1991; asistente de investigación en el Departamento de Física de la University of Michigan y a su regreso a México, en 1993, ingresó como investigador en el Cinvestav, del IPN. Ha realizado estancias de investigación en la Universidad de California, en Berkeley, en el CERN y en el International Centre for Theoretical Physics.

Asimismo, ha impartido conferencias y cursos en Alemania, Estados Unidos, España, Inglaterra, Italia, Polonia, Rusia, Suecia y Taiwán. Ha publicado más de 70 artículos originales en revistas internacionales de alto impacto. Estos trabajos han generado más de 2 mil citas y le han permitido participar en importantes grupos de trabajo en el mundo.

En 1994 ingresó al Instituto de Física “Ing. Luis Rivera Terrazas”, de la BUAP. Diez años más tarde se incorporó a la FCFM, donde actualmente labora, y es nivel III del Sistema Nacional de Investigadores.

Para “envidia” de muchos de sus colegas mexicanos, quienes en broma le preguntan qué hace para colaborar con tanto científico famoso, Lorenzo escribió papers con Hitoshi Murayama, director del Kavli Institute for the Physics and Mathematics of the Universe, University of Tokyo, y John Ellis, del King's College London, un excelente físico, además de ser un mediastar de la ciencia.

Lorenzo Díaz Cruz: el científico poeta

A pesar de que la física de partículas elementales es un campo muy complejo que incluye temas como modelos multi-escalares de Higgs, FCNCCPV del quark top, supersimetría y materia oscura, que requiere de mucho tiempo para su dominio, Díaz Cruz también se ha desarrollado en otros ámbitos, como la literatura.

A final de cuentas, “en el principio la ciencia se expresaba a través de la poesía”, según la primera línea de su ensayo El Big Bang: una muerte sin fin, en el que expone la separación y eventual reencuentro del verso y el lenguaje científico.

En su escaso tiempo libre, el miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, al escribir recurre con frecuencia a su acostumbrado lenguaje científico, no para exponer un nuevo paradigma científico o describir las sorprendentes relaciones físicas del Universo, sino para develar la poesía contenida en éste.

Ha escrito ensayo, poesía y cuento; planea una novela. Suele acudir a las cafeterías para leer un poquito de lo que otros físicos escriben sobre temas no pertenecientes a su disciplina, como Nicanor Parra.

“Disfruto del lenguaje científico que utilizan; hay cierta afinidad. Se me hace muy afortunado su uso en territorios ajenos, pues basta con referirnos a un ‘haz de tréboles divergentes’ o unas ‘estalactitas luminosa’ para acercarnos a ese territorio donde los nombres mismos evocan una forma de belleza”, refiere en el mismo ensayo.

 

Así, leer términos como aminoácidos, solitones, supernovas, monopolos y monopolios, entre otros, en nuevos territorios de expresión, será interesante “para replantear las preguntas que desde siempre se ha planteado la poesía más tradicional” –afirma. De este modo, el científico de la BUAP establece vasos comunicantes entre la ciencia y la poesía.