Hipólito Contreras

Brasil, el país exótico, el país del misterio,  el país fantástico,  el país más rico en biodiversidad,  la ex colonia portuguesa, el país que nunca conoceré físicamente pero que me impresiona  por sus  vastas riquezas, por sus impresionantes bellezas, el país amazónico, el país del futbol, el impresionante Brasil, el coloso de  Sudamérica, la  décima economía del mundo.

Cómo me gustaría decir esto de  México, del  impresionante crecimiento económico, de la estabilidad  económica y social, de un ingreso per cápita impresionante, de un nivel académico  y cultural alto, de un abatimiento de  la  pobreza, de un crecimiento enorme de su producción agropecuaria, de extraordinarios  avances y acciones en materia  ecológica y protección de los recursos.

 

Lamentablemente  no puedo  hablar de esto porque no existe. Este es el  país  más  contrastante y desigual del planeta.  Sólo aquí existe un puñado de ricos, de millonarios, aquí tenemos al hombre más rico del  mundo, y la más increíble pobreza en por  lo menos  60 millones de mexicanos, 20  millones en pobreza extrema, más del  50 por ciento de la población,  del otro cincuenta por ciento, por lo menos el  30 por ciento está en riesgo de pasar al rango de pobres, son las clases medias que están dejando de serlo, sólo poco más del 15  por ciento de la población es la privilegiada, son los ricos y dueños del país. Este es el impresionante  país de las desigualdades, de los grandes contrastes.

Brasil era uno de  los  países más atrasados del continente y el  mundo. Era el país sin reparto agrario,  el país de los campesinos sin tierra, el país de la gran pobreza, el país de lo escuadrones de la muerte, el país de la violencia, el país de los pobres. En un periodo  menor de 10 años el  impresionante  país  dio un giro de  360 grados, hoy es una de las  potencias del mundo. No ha resuelto  todos sus problemas, pero está en ese proceso, su economía está en expansión, en crecimiento.

El milagro de Brasil se llama Luiz Inacio Lula  da Silva. Este  hombre de origen campesino en su gobierno sacó  de la pobreza a 28  millones de brasileros y redujo drásticamente los niveles de desnutrición y resolvió el problema de la falta de espacios educativos para niños  y  jóvenes.

Cuando   empecé  mi gobierno, afirma Lula, el diez por ciento de la población  más rica  tenía la mitad del dinero del país y le dejaban a los pobres apenas el  10  por ciento, para cambiar estas cifras aumenté el salario  mínimo en un 62  por ciento en cinco años, esto aun con  voces en contra que le advertían un crecimiento de la  inflación, lo que no ocurrió. Esta decisión sacó  a millones  de brasileros de  la pobreza, el consumo creció siete veces sobre todo en los sectores  populares, los pobres comenzaron a ser tratados como ciudadanos.

Otra medida  fue bancarizar a la población pobre. En un  año  45  millones de brasileros tenían cuentas bancarias activas.  Esto  hizo  viable una segunda estrategia: no dejarle a intermediarios la  administración, ni la entrega de esos recursos  públicos.  En Brasil las personas que reciben beneficios del gobierno no tienen contacto con intermediarios, reciben una tarjeta magnética con la que pueden ir al banco y sacar su dinero.

Una tercera estrategia que garantiza el éxito es tener registro de calidad y hacer seguimiento a los programas y beneficiarios. El sistema de tarjeta llegó hasta los lugares más lejanos en donde miles de habitante no  tenían ni actas de nacimiento, hoy son beneficiarios del programa, hoy cuentan con dinero para la  alimentación y educación de sus  hijos.

Me decían, dice Lula, que estaba creando vagabundos sin trabajar, que  estaba desperdiciando el dinero, había quienes decían que los pobres compraban lápices  o zapatos para los  niños, y n o comida, para quienes nunca han pasado hambre, ni necesidades no saben qué son  80 dólares en manos de una madre de familia.

Combatir el hambre fue una prioridad del gobierno de Lula da Silva, al  punto de crear un ministerio exclusivamente para esta tarea.  En seis años la desnutrición de Brasil se redujo un 73 por ciento y la mortalidad infantil en un 45  por ciento.

El gobierno de Brasil puso en  marcha programas sociales como restaurantes  populares, de lactancia materna, promoción de la agricultura   familiar, distribución de alimentos para los más pobres, la entrega de  microcréditos y fomento de  la economía local a través de la compra al pequeño productor para  abastecer los programas de alimentación del  gobierno.

No es normal, dice Lula da Silva, que un gobernante del mundo no ponga la lucha contra el hambre como una prioridad de sus presupuestos, así como en sus  políticas.

La generación de millones de empleos  formales para padres de  familia buscó reducir el trabajo infantil y llevar a esos  niños  y  jóvenes a las nuevas escuelas y universidades  públicas construidas en el periodo de Lula.

Estos resultados, agrega  Lula, son una muestra de que no hay nada más barato que invertir en los pobres, dejar  atrás la teoría de que hay que esperar el desarrollo para que los pobres sean incluidos, “ los ricos también se benefician cuando los pobres dejan  de serlo”.

Hoy, afirma Lula, hasta le pagamos la deuda al Fondo Monetario Internacional, después de dos años  de gobierno le devolvimos 16 mil millones de dólares que le debíamos. Hoy el FMI nos debe 14 mil millones de dólares que les prestamos para ayudar  a la crisis de los países ricos.

Hoy Brasil es gobernado por una gran  estadista, Dilma Ruseff, quien es continuadora de las  políticas de Lula da Silva. El gigante  del sur seguirá creciendo,  hoy los hace al  5 por ciento anual.

En  Brasil se aplicaron otras estrategias. El  gobierno se dirigió a las mayorías a las que cambió la vida. El secreto de Brasil fue distribuir la riqueza, la  cobija  alcanzó para todos. En México  sólo un puñado se cubre bien, los demás tienen  frío, la cobija  n o les llega. En Brasil se gobierna  con énfasis hacia  las mayorías, en México para las minorías, esa es la gran diferencia.