El vino ha tenido gran presencia a lo largo de la historia de nuestro país, mostrando la importancia que tiene la vitivinicultura en la producción agroalimentaria mexicana.

 

En 1595, el Rey Felipe II de España prohibió la siembra de nuevos viñedos y la producción del vino, además de destruir los existentes en la Nueva España, excepto aquellos que pertenecían o se dedicaban a la Iglesia, por el temor que sus vinos fueran una gran competencia para el vino español. En la actualidad, México posee 7,693.43 hectáreas plantadas de uva para vino que en 2017, dieron como resultado una producción de 64.2 mil toneladas.

Durante 1885, la ciudad de Parras, ubicada en Coahuila, era el centro vitivinícola más importante del país, aunque su principal producto era el aguardiente y no el vino; a pesar de esto, los vinos mexicanos estaban bien posicionados en el mercado nacional, en Texas y Nuevo México. Hoy en día, la producción de vino tiene un crecimiento promedio anual del dos por ciento y tan sólo en 2017 se tuvo una producción estimada de 194 mil hectolitros.

Con la llegada del ferrocarril en 1890, los vinos podían ser transportados en furgones refrigerados y se podían mover las uvas para poder producir vino en regiones donde no podían ser cultivadas. Un ejemplo de esto es que actualmente, los estados de Zacatecas, Sonora y Aguascalientes son de los principales productores de uva para vino pero no forman parte de los principales productores de esta bebida.

En 2017 se contabilizaron 200 empresas productoras de vino en el país; mientras que en 1948, cuando se creó la asociación Nacional de Vitivinicultores, esta contaba con 15 empresas afiliadas y entre los años de 1950 y 1954 se llegaron a incorporar 14 empresas más.

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